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¿Alguna vez has tenido la sensación de que estabas dando mucho más de lo que recibías en tu relación de pareja?

Y si te paras a reflexionar con calma sobre este tema, ¿Sientes que esto te pasa con mucha frecuencia cuando te vinculas afectivamente a alguien, y sobre todo en los inicios de la relación?

Te sientas identificada o no con esto, te invito a que te quedes hasta el final de mi carta de hoy porque tal vez te ayude a descubrir cosas de las que hasta ahora no has sido consciente.

Si tienes muchas ganas de tener una relación de pareja y este tema es tu eterna asignatura pendiente, es probable que estés llena de amor para dar, que reboses amor por todos los poros de tu piel.

Y en este escenario puede suceder que si alguien nuevo llega a tu vida y parece ser el adecuado para iniciar esa relación tan deseada, caigas en el error de volcarte en esa persona; de darlo todo; de llenarla de atenciones y cuidados; de ponerla en el centro de tu universo; de llevarla en tu pensamiento todo el día…

En definitiva, de empezar esa relación con la marcha inadecuada o lo que yo llamo “ir con el volumen demasiado alto”.

Pero, ¿qué quiero decir con esto?

Cuando te está costando mucho encontrar a “ese alguien especial” para que una relación funcione y te aporte cosas bonitas, y de pronto parece que esa persona ha llegado, lo más probable es que sientas muchísima ansiedad durante esas primeras semanas en las que la relación se está iniciando.

Esa ansiedad es el reflejo del miedo que sientes a que te vuelva a pasar lo de siempre, que suele ser que desaparezca de pronto o que cambie de opinión y ya no te vea como pareja.

Y para calmar esa ansiedad necesitas llenarte de certezas y tener la seguridad de que le gustas, de que está interesado en ti, de que esa historia no terminará antes de empezar, como las anteriores.

Y esa ansiedad puede ser el detonante de que tú subas el volumen de lo que haces en esas primeras semanas, y empieces a desplegar un montón de conductas que sin saberlo le están lanzado un mensaje al otro que no te favorece nada.

Pero, ¿de qué conductas estoy hablando? Te pondré ejemplos reales:

  • Estás todo el día pendiente del móvil para ver si te escribe o te llama. Digamos que el móvil se ha convertido en tu compañero inseparable y no te despegas de él ni un segundo, mirándolo cada dos por tres y sintiendo que se te encoge el estómago cuando no ha dado señales de vida.
  • Si te escribe tienes la necesidad de responderle de manera inmediata, aunque en ese momento no te venga bien porque estés ocupada haciendo otra cosa.
  • Si no te escribe en todo el día o si le has escrito, lo ha leído y no ha dicho nada, te empiezas a comer la cabeza buscando las posibles razones por las que no lo ha hecho y en lugar de enfocarte en tus cosas lo que haces es reaccionar, es decir, le escribes reprochándole (aunque sea de forma sutil) que no te haya escrito en todo el día o le mandas más mensajes para ver si así reacciona y te responde.
  • Se nota y mucho que has puesto en pausa la vida que tenías antes de conocerle porque si te propone un plan a última hora cancelas todo lo que tenías previamente planeado y le eliges a él.
  • Te adaptas a todo lo que a él le venga bien (aunque muchas veces no sea lo que más te apetezca o lo que te venga mejor).
  • Le priorizas a él y todo lo que tenga que ver con él, y aunque tú no se lo digas es algo que se percibe.
  • Siempre estás disponible para él, dando la sensación de que no tienes vida propia.
  • Cuando ves algo que no te gusta del otro, te lo callas; o si hace algo que no te ha gustado, lo toleras sin poner límites.
  • Te vuelcas en él, dándole atenciones o teniendo detalles excesivos que incluso no te puedes permitir económicamente.

En definitiva, ir con el volumen demasiado alto cuando estás conociendo a alguien es estar pendiente de él 24/7; poner tú foco y tu energía en él y en todo lo que pertenece a su universo; y convertirte en una especie de geisha complaciéndolo en todo, aunque eso implique olvidarte de tí.

Y puede ser que estés pensando cosas como:

¿Y qué hay de malo en cancelar mis planes para verle si es eso lo que me apetece y además él no lo sabe?

¿y por qué no le puedo complacer en todo si a mí no me cuesta ningún esfuerzo hacerlo?

¿y por qué me perjudica escribirle todos los días y estar pendiente de si me escribe o responde?

¿Y por qué no puedo tener detalles con él si a mi me encanta ser detallista con mis parejas?

Realmente no se trata de que sea malo o bueno hacer todo esto, se trata de que al subir el volumen antes de tiempo, antes de saber si es o no la persona adecuada, estás lanzando un mensaje al otro de necesidad, de estar hambrienta de amor, de entrar en esa relación desde un vacío, desde la carencia.

Sería algo así como decirle “tu eres lo que da sentido a mi vida” y esto hace que probablemente el otro se asuste porque le estás dando la responsabilidad de hacerte feliz, de llenar tu vacío y por tanto le estás diciendo que esperas mucho de él.

Y esto, hablando claro, acojona y mucho, porque nadie es responsable de la felicidad de otro y entrar en una relación con esa expectativa no es realista y no tiene pronóstico de éxito.

Y si no, piénsalo   ¿cómo te sentirías si fueras responsable de dar sentido a la vida de tu pareja? Probablemente con muchísima presión.

Cuando alguien nuevo llega a tu vida y estás en esas primeras semanas donde os estáis conociendo, el volumen de esa relación se tiene que adaptar a ese momento y tiene que ser similar en ambas personas.

Y esto no significa que entres en jueguecitos infantiles tipo: “no le respondo hasta mañana para no parecer pesada” o “le diré que no puedo quedar para hacerme la interesante, aunque me quede en casa aburrida”

No me refiero a que lo hagas como una estrategia creyendo que esto te hará más valiosa; no me refiero a que te obligues a pisar el freno cuando en realidad el cuerpo te pide hacer otra cosa.

Me refiero a tomar conciencia de una manera profunda (y no solo superficial), de por qué ir con el volumen demasiado alto en los inicios de una relación te está perjudicando.

Y esto es algo que tiene que ver contigo, con la seguridad en ti misma, con tu autoestima y con el reconocimiento de lo que vales.

Si tienes esto claro no necesitas poner el volumen tan alto cuando conoces a alguien.

Sigues con tus cosas, con tu vida, con tus planes.

Tu sigues siendo la prioridad en tu vida y esa persona que acaba de llegar será un aliciente más que irás integrando poco a poco y de manera natural en tus rutinas, pero sin perder el foco en ti.

Y si por el camino esa persona da señales de que se está alejando; o empiezas a ver demostraciones claras de falta de interés hacia tí, tu respuesta ante eso no será reaccionar sino simplemente hacer de espejo a esa persona respondiendo de la misma manera, pero nunca yendo detrás para mendigar amor.

Durante mucho tiempo fui esa mujer que hacia todo eso que te he descrito cuando conocía a alguien.

Y te puedo asegurar que no me dio resultado.

Olvidarme de mi para volcarme en el otro, no me ayudó a que se pillara por mí.

Llenarle de atenciones y detalles exagerados, no me convirtió en una mujer más valiosa o atractiva.

Poner mi mundo en pausa y convertirle en mi máxima prioridad, no hicieron que fuera más especial.

Y hasta que no entendí a un nivel profundo lo que estaba pasando, de donde venía mi tendencia a ir con el volumen tan alto en los inicios de mis relaciones, NO lo pude cambiar.

Y al hacerlo consciente, encontré también la solución.

A partir de ese momento empecé a dosificar lo que daba en mis relaciones, pero sin dejar de ser yo. Aprendí a hacerlo al ritmo adecuado adaptándome a lo que el otro me estaba dando para invertir en la relación lo mismo que estaba recibiendo.

Si no me crees, como siempre digo, compruébalo. La próxima vez que estés conociendo a alguien baja el volumen.                        .

Y al hilo de todo esto, abro un paréntesis y aprovecho para contarte algo que me pasó en una de mis historias sentimentales frutradas.  A través de una app conocí a un chico que me pareció super interesante, aunque en ese momento lo estaba idealizando. Tuvimos una primera cita y no volvimos a vernos hasta pasado un mes, ya que ambos nos ibamos de vacaciones, lo que alimentó mucho más mis fantasías sobre él. Cuando volvimos a vernos y después de esa segunda cita, empezamos a conocernos, aunque en mi cabeza yo ya le había puesto la etiqueta de relación. Y fue en ese momento cuando subí el volumen de todo lo que hacía, poniéndole en el centro de mi vida, volcándome en el, llenándole de atenciones y de detalles exagerados.
Al mes de empezar esa historia él se fue a vivir a Abu Dhabi por trabajo y me entraron todos los miedos del mundo pensando que la distancia terminaría con todo, así que subí el volumen aún más e incluso compré un billete de avión y fui a verle (después de hablarlo con él, eso sí).

Me encantaría que todo hubiera sido idílico, pero fue justo lo contrario. Allí empecé a descubrir su verdadera personalidad y cuando volaba de regreso a Madrid llevaba una sensación agridulce y mi intuición me decía que era el punto y final.

Y asi fue. El mes siguiente a mi regreso se volvió frio, distante, escurridizo, y ni siquiera me avisó de que había regresado a Madrid. Por sus redes, me enteré de que estaba con otra chica.

Y ¿sabes lo que me dijo cuando le pregunté que había pasado? Me dijo: «me dabas demasiado y eso me agobiaba porque nos estabamos conociendo y yo en ese momento me sentía abrumado, en deuda contigo, al no poder darte lo mismo».

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